miércoles, 7 de mayo de 2008

¡Tenías que ser mujer!

Por Carlos Pajares Cancino

“¡Tenías que ser mujer!”, “¡y tú qué vas a saber!”, “mamaciiiita”, y “anda a la cocina de una buena vez“, son agresiones verbales contra la mujer que se escuchan comúnmente en nuestra sociedad, generadas por la brutalidad talante que, supuestamente, asegura cada vez más la virilidad y control del hombre como macho alfa.

Con un grosero comentario sobre la sexualidad de la árbitra Silvia Reyes, Mario Leguizamón, el centrocampista uruguayo del equipo de la U. San Martín, quedó en ridículo, resaltando exponencialmente su machismo. "Está mal cogida. No le dieron un buen polvo en la mañana. No sé por qué me expulsó ni cómo pueden poner a una jueza a arbitrar" fue lo que dijo el pasado 6 de abril, algo que le costaría muy caro. Llegaron los repudios y polémicas hasta la conferencia de prensa donde pidió perdón (por obligación) debido a “la calentura del partido”. Sin embargo, la mancha estaba hecha y no se la limpia sobándola. Silvia Reyes, molesta aún, no aceptó las disculpas.

Las mujeres reaccionan de diversas maneras a los insultos, algunas se asustan, otras se conmocionan, no faltan las que responden y se encolerizan, inclusive las que se mantienen serias y se muerden los labios hasta que el atacante se tranquiliza y es cuando empiezan la lógica con él. De todos estos casos hay muchos ejemplos cercanos.

En el caso de la autoridad que ejerce la Policía Nacional del Perú, la suboficial técnico de tercera, Carmen Becerra, no dudará en doblegar o neutralizar a cualquier irrespetuoso que lance improperios a su persona. “Los hombres deben entender que las mujeres policías ejercen autoridad ante ellos, cosa que a la mayoría no le gusta pues se sienten derrotados”. Manifiesta también que “si nos insultan, insultamos; si nos pegan, pegamos. Tenemos que estar siempre a la misma talla”. Ella, con sus 16 años de servicio, sabe defenderse y ya ha puesto en su lugar a varios, incluso a compañeros.

Pero cuando de servicio de vigilancia en centros comerciales se trata, las cosas pueden ponerse un poco más moderadas. Actualmente es común ver no sólo a hombres cuidando el orden público del Mall Aventura, sino también mujeres, conocidas como las watch women. Una de ellas es Mayela Merino, quien vela por la tranquilidad de una manera más calmada. Si un atrevido le falta el respeto o la ignora, Mayela misma le pide que se retire o de lo contrario lo expulsa evitando el mayor escándalo posible para mantener una imagen de calma en el local.

¿Y qué pasa cuando el trabajo de la fémina está ligado con una atracción sexual hacia el cliente? Hay gente que malinterpreta esta estrategia de venta cuando se encuentra con una simpática chica informándole sobre las características de un producto. Nadia Armas, de 18 años, es anfitriona, y según ella “En lo comercial, todo entra por los ojos, y una siempre está expuesta a los mañosos. Es muy incómodo cuando te gritan ‘mamacita’ o piden el teléfono”. Nadia afirma que en esos casos sólo puede mostrar incomodidad con el rostro, puesto que la política de la empresa le prohíbe maltratar a cualquiera que ‘pida’ información; y si es que las cosas empeoran y la intención del pseudo-cliente es molestar o acosar, ella llama a algún vigilante que ponga orden a la situación.

En cuanto a las políticas de la empresa, Roxana Tafur cumple muy bien el reglamento de una compañía de telefonía móvil como jefa del centro de atención al cliente, y como tal, se responsabiliza de lo más temido y estresante del negocio: Los reclamos y las quejas.
Un hombre alterado se le acerca y le reclama por unos cobros ‘indebidos’ en su saldo. Ella mantiene la calma, no se pone a su altura, y trata de serenarlo con su actitud.
-¿Me estás diciendo mentiroso? ¿Piensas que me equivoco?
-No señor. A ver, explíqueme de nuevo que lo escucho.
“Lo más indicado es dejarlos que griten un rato, que suelten todo y finalmente se les atiende” dice ella. El hombre termina dándole las gracias.

Por último, tenemos el caso de María José Núñez, quien se moviliza en su Tico, es independiente, y realiza el oficio de taxista desde hace un año, luego de haber hecho movilidad escolar. Es una cajamarquina que nunca ha dudado de sí misma cuando algún otro conductor la ha insultado haciendo alusión a que no sabe conducir o que ese no debería ser su oficio. Es muy directa en las cosas que dice, y si se meten con ella, menciona, “es lo mismo a que si se metieran con cualquier otro hombre”. Fácilmente, el José de su nombre compuesto le sacará a flote la energía necesaria (si es que la necesita) para competir con cualquiera que se oponga a su derecho de trabajar honradamente por sus cuatro hijos.

Todas las mujeres tienen una manera de ser, que se diferencia de por sí con la de cualquier varón. Los hombres reaccionamos y nos volvemos brutos, nos consume la ira e insultamos (no quiero ser genérico, pero un gran porcentaje de varones somos muy irascibles). En cambio, la estereotipada finesa de las mujeres siempre pone pausa a sus insultos. Pero cuando ellas no se tapan la boca, ¿qué pasa? ¿Una se vuelve menos mujer por insultar? Es muy probable que tengan todo el derecho de hacerlo si nosotros empezamos el ataque, pero otra cosa muy distinta es que bajen a nuestro nivel.



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