miércoles, 7 de mayo de 2008

Un museo en los campos de Laredo

Por Andrea Fernández Callegari

El Museo de Arte Moderno es como un Museo Guggenheim pero en las afueras de Trujillo y – como es lógico - mucho más pequeño. Es un museo muy in, con un impecable diseño de iluminación y una cuidadosa distribución de los espacios, donde se fusionan elementos de la arquitectura local – la moche – con la arquitectura minimalista – la súper moderna –. Barro y vidrio. Tradición y vanguardia. Es un lugar donde los opuestos se atraen, se repelen y luego vuelven a mezclarse.
El jueves 30 de noviembre del 2006, el afamado pintor trujillano Gerardo Chávez tenía muchas razones para sonreír. Después de un exhaustivo trabajo de tres años, se había cristalizado el proyecto que, como buen surrealista, “nació como un sueño”. En los jardines de su casa de campo, ubicada en el kilómetro 5 de la carretera que une la mustia Trujillo con la solariega Laredo, el artista construyó el regalo más grande que le haría a su amado terruño: el Museo de Arte Moderno.
Quince minutos. Sólo ese minúsculo lapso de tiempo basta para convertirnos en prófugos, montarnos en un vehículo motorizado y desplazarnos por una carretera que ondea entre los verdes, los amarillos y los marrones. El paisaje me recuerda a un cuadro de Monet. El aire trae el dulcísimo olor de la caña de azúcar recién quemada. Falta poco para desacelerar el vértigo al que nos tiene acostumbrada esta futura metrópolis.
No hay duda de que el museo es ostentoso, pues nos recibe con sus piezas más importantes: una témpera del cubista Paul Klee y la Venus del surrealista Alberto Giacometti. Pero el viaje, que será uno a través de las vanguardias del siglo XX, apenas comienza. Es la segunda vez que visito el lugar, y, enigmáticamente, siento que vuelvo a casa.
Las paredes pintadas completamente de blanco. Una generosa entrada de luz solar se filtra a través del techo vidriado. Poco a poco, mi vista se acostumbra al festival de los más variados conjuntos de formas y colores. Pero estos son especiales: han sido plasmados por las manos y los pinceles de David Alfaro Siqueiros, Roberto Matta, Wilfredo Lam, Fernando de Szyszlo y Macedonio de la Torre, sólo por mencionar a algunos maestros. ¿Puede mezclarse el realismo mágico con el indigenismo? Por supuesto. El artífice de esta maravilla pictórica, Gerardo Chávez, lo demuestra con su propia obra. En la sala más grande del museo, se exhiben sus intensísimos cuadros, tan grandes como una pared.
De vuelta en mi refugio – léase mi cuarto – y escuchando a los Soda Stereo en su “último concierto”, pienso en la visita al Museo de Arte Moderno. Definitivamente, no fue como la primera. Hoy me sentí apenas como una partícula perdida en medio de un universo plagado del arte más exquisito. Quizá fue una experiencia surreal. Quién lo sabe.

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