jueves, 8 de mayo de 2008

Trujillo, ¡Cómo has cambiado!

Por Manuel Cumpa Niño

El día anterior lo tenía todo planeado, saldría en la mañana temprano “ocho y treinta”, calculé, cogería cualquier micro que me dejara cerca del centro “la A, la B, la C, da igual no me he dignado a conocer las rutas”, pensé.

Al día siguiente, la brisa y los rayos del sol que entraban por mi ventana me dieron a entender que un nuevo día inició, mi viejo e infantil reloj de pared que tiene forma de un reloj de pulsera enorme, un viejo recuerdo de mi niñez del que jamás me desharé, marcaban las once y cuarenta y tantos. Recuerdo vagamente haberme levantado y silenciar un estrepitoso chillido, si no me equivoco la alarma de mi celular, luego volví a acostarme. Recostado aun mirando el reloj, solo un “ups” daba vueltas a mi cabeza. Entonces pensé en mis opciones: (a) levantarme, desayunar, bañarme y salir, (b) levantarme, bañarme y salir o (c) levantarme y salir. Sin embargo no contaba con que subconsciente idearía la opción (d) dormir. “Trujillo no se va a mover” fue lo último que paso por mi mente antes de caer de nuevo en el maravilloso mundo de los sueños.

Dejando de lado la hora a la que me levanté y almorcé, ya eran las tres y cuarenta y cinco de la tarde, estaba ordenando mi equipo, contaba con mí arcaica cámara Reflex, una precoz herencia de mi padre, una pequeña agenda y lo más importante, todo el buen billete que recibí de propina, ¿Propina de qué? Por ser un buen hijo, imagino.

En fin, tome todo y salí de casa, suelo salir solo, pero esta vez sentí la necesidad de hacer algo, interactuar un poco con Trujillo, a pesar de la pereza que mostré en un comienzo, luego me sentí muy animado.

Mi primer objetivo fue conseguir película fotográfica, me dirigí a la avenida Bolívar, ya que cuando mi padre aun usaba la Reflex solía comprar película allí, incluso quien atendía se volvió nuestro amigo y le daba uno que otro consejo profesional a mi padre, cada vez que pasábamos cerca le saludábamos, y él solo se quedaba en el mostrador con su inmutable rostro saludándonos viendo afuera de la tienda, sin embargo, desde que mi padre obtuvo cámara digital, nunca más volvió a pisar aquel local, ni a mirarlo de reojo. Al llegar, me di con una gran sorpresa, el local lucia un poco distinto el letrero luminoso era blanco, en el un circulo color naranja el cual tenia en su interior una cruz verde, de hecho todo dentro del mismo lugar era blanco y con más crucecitas, con un par de encantadoras señoritas y un tío atendiendo a la gente, la vieja casa de revelado que conocía desde los seis años, se había convertido en parte de una de esas cadenas farmacéuticas, le pregunté a un periodiqueo de la zona, hacía cuánto que fue el cambio, “dos o tres meses” me respondió, el tiempo me pareció significativo, ¿Hace más de tres meses que no voy por esta zona? Este fue uno de los pequeños cambios que noté en mi recorrido.

Al final me hice con una película que compré en Pizarro, cerca de la plaza de armas. Después tuve la oportunidad de ver a las ya clásicas estatuas humanas, artistas expertos en interpretar diversidad de personajes a través del movimiento corporal, se caracterizan por tener el cuerpo completamente pintado o decorado de algún motivo,¿Cómo hacerlos trabajar? El truco es simple: al echar una moneda a sus latas que marcan “apoya al arte”, que están bajo sus pies, el sujeto empieza a moverse, tome algo de sencillo y le di cuerda a uno de ellos, terminada su actuación saque algunas fotografías de éste, hasta el tipo me piropeó, pero desafortunadamente el hombre estatua pertenece a mi mismo género, lo siento, pero yo no estoy en esos rubros, tengo mis sentimientos definidos hacia cierta dama.

Luego del bochornoso encuentro con aquel hombre estatua, tuve la oportunidad de ver a un maestro de la aerografía completando un cuadro, cada que vez que puedo espero hasta el final de su trabajo, se que luego rifará alguno de sus obras, lo he hecho cientos de veces y nunca he logrado ganar, y en esta ocasión he vuelto a perder, definitivamente odio perder, pero me encanta lo que hacen, desearía poder aprender a hacer cosas tan maravillosas, *click* una fotografía más para el rollo.

Me di cuenta que el cielo no me estaba favoreciendo del todo, menos luz, todo un lió, corrí hasta la plazoleta El Recreo, la fuente de este sitio considero es la más atractiva de todas, aunque en muy raras ocasiones la he visto funcionar. En este lugar he sido testigo de un par de robos , con algo de recelo miro hacia todos lados, saque las tomas necesarias y me retiré.

En ese momento perdí un poco la noción del tiempo, caminando hasta llegar a un sitio donde considero existe un 30 % de posibilidades de que me despojen de la Reflex, avenida España, Zona Franca, solía ser mi lugar favorito de chiquillo, venia aquí con mis padres con la intención de comprar cualquier cosa para mi entretenimiento personal, juguetes o videojuegos piratas en particular, y por supuesto las típicas compras caseras de mi madre: artículos que hasta hoy, no les veo la utilidad, como esos adornos para la cocina en forma de flor de girasol que tanto le gustan, o el clásico salero y pimentero, tiene tantos de esos y ni uno es utilizado. Claro que también existen otros centros comerciales que han aparecido en los últimos años, pero ninguno me trae más recuerdos que éste.

Ahora estos lugares los siento un poco vacíos, la gente debe estar en el Mall, con la alta variedad y calidad de productos nuevos, se que comprar cosas en lugares como los antes mencionados nos puede salir más caro, pero aun así da algo de nostalgia. “Madre, para este Domingo 11 de mayo ¿No quieres un salero y pimentero nuevo?”

Caminando de nuevo hacia el centro, estaba por fotografiar a la plaza de armas, cuando me di cuenta que mi rollo se había terminado, como dato curioso me encontraba a solo unos metros de donde había comprado el rollo, lo deje para su respectivo revelado y ampliado, el proceso demoraría una hora, así que ahora iba por algo de comer, haciendo una parada en la inmortal fuente de soda San Agustín, este lugar, definidamente no ha cambiado nada, el local es pequeño, la gente se empuja, las bebidas se caen, los sándwiches también, sin embargo, todas estas situaciones me traen recuerdos de un Trujillo, al que arribé hacia catorce años atrás y que nunca pensé que cambiaria tanto.

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